miércoles, 30 de noviembre de 2011

De teletones, confianza e impuestos

 

En este año 2011, en el que la confianza en las instituciones ha caído a límites peligrosos, ni siquiera las iniciativas solidarias se salvan del ambiente cáustico que mantiene todo bajo sospecha.

En estos días se renueva la publicidad de la próxima Teletón, y junto con los anuncios llueven las críticas.  Críticas que resultan amargas, tanto para quienes las reciben como para quienes las emiten (quedando luego como los malos de la película).

Y es que aquí nos encontramos con otra de esas situaciones enredosas producidas por la manía de nuestro Estado de aparecer como “subsidiario” cuando en realidad se está borrando olímpicamente de sus responsabilidades fundamentales.

A esta altura ya estará saltando alguno para decir “la Teletón lo hace bastante mejor que el Estado” (como leí por aquí).  Pero aquí no estamos criticando la labor de la Sociedad Pro Ayuda al Niño Lisiado: creo que ellos merecen todo nuestro respeto y apoyo.  Lo que me parece impresentable es que el Estado se desentienda de la financiación de esta Sociedad.  ¿No sería lógico que una actividad que nos interesa a todos tenga una partida propia en el presupuesto nacional? ¿No es responsabilidad del Ministerio de Salud, acaso? ¿Por qué debemos depender de la “buena voluntad” de algunos privados para poder financiar derechos básicos?

Tenemos un Estado muy ausente, aunque no tan ineficiente como nos tratan de vender: para lo poco que pagamos en impuestos, estamos obteniendo algunos servicios que no son tan malos.  Pero una mayor tasa tributaria (y especialmente una carga más progresiva) permitiría asegurar más derechos fundamentales como los que hoy se financian con teletones.

¿Y la fundación? ¿Y el espectáculo? ¿Y la emoción? ¿Y la ilusión de tener un país unido y solidario?  Pongamos el entusiasmo y la solidaridad en pagar puntualmente nuestros impuestos, primero.  Y organicemos teletones para otras causas, que luego iremos incorporando a nuestra conciencia y a nuestro presupuesto nacional.

Hoy me decían que no es este el momento de hacer críticas.  Comprendo el temor: no se puede poner en peligro el derecho de los pacientes a obtener su tratamiento.  Ellos son hoy rehenes de esta situación.  Pero podemos hacer tres cosas: hacer nuestra donación en silencio, apagar el televisor, y seguir discutiendo una reforma tributaria que nos permita construir el país que queremos.  Ya nos cansamos de que los dueños del capital definan el país en que nos permiten vivir.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Desconfío

 

Así se llamaba un juego de cartas que jugaba con mi abuela. En España lo llaman “El Mentiroso”. Por este barrio seguramente se jugaba (antes de la era Nintendo) pero no sé con qué nombre. La gracia del juego era tenderle una trampa al adversario, poniendo cara de inocente para mentir y cara de mentiroso al decir la verdad. El que desconfiaba cuando el otro decía la verdad, perdía. Y el mentiroso perdía sólo si lo pillaban.

En este momento estamos tratando de participar en una conversación en la que el gobierno cuenta con una cuota de confianza muy baja. A cada anuncio, a cada noticia, dan ganas de levantar la mano y decir “¡desconfío!”. El problema es que en este juego las cartas no se muestran.

Pero debemos seguir intentándolo: si hay algo por lo que me esfuerzo en confiar, es que en algún momento la verdad tiene que aparecer. No se ve mucho entusiasmo por decir verdades, pero me niego a dejar de intentarlo hasta que las cartas estén a la vista.

Desde el Poder Ejecutivo igual nos están diciendo “desconfío” pero lo hacen de una manera que resulta más difícil de desmentir, porque no dan nombres. En el fondo, creo que tienen miedo del movimiento social que están presenciando y están tratando de devolvernos su miedo para que nos quedemos quietos.

Desconfío del Ejecutivo, de El Mercurio, de La Tercera, cuando en vez de hablar de un movimiento social hablan de “encapuchados”. Así, sin nombre ni rostro, para que empecemos a desconfiar de nuestro vecino ¿Será él, mi vecino, uno de los encapuchados? ¿Creerá él que yo soy uno de ellos? Mejor no lo saludo.

Desconfío de los ministros porque en vez de responder a las demandas en forma coherente empiezan a hablar de “ultras”. ¿Ultra qué? ¿Quiénes son esos ultras? ¿Tienen nombre? ¿Tiene sentido negarse a una conversación invocando a unos misteriosos “ultra” que según los ministros se negarán a cualquier negociación?

El ministro Chadwick dice que los “ultra-encapuchados” están recibiendo entrenamiento de “piqueteros argentinos”. Y yo desconfío, porque veo aquí la pluma de lo peorcito de la prensa argentina (diario Perfil) coludida con La Tercera, que reproduce párrafos “selectos” de una columna fraguada en Buenos Aires.

Según el ministro Hinzpeter, los “ultra-piqueteros-encapuchados-izquierdosos-fácticos” son responsables de hacer detonar una bomba en la puerta de Copesa. Y pide urgencia para la ley “anti-encapuchados-izquierdosos-piqueteros-ultra-fácticos”. Y yo desconfío: no me gusta una ley dibujada para desatar una cacería de brujas.

Finalmente, el ministro Larroulet comentó al pasar que se está estudiando la posibilidad de “enajenar activos” para financiar la “reforma educacional”.  Y aquí saltamos todos a coro:

“¡Desconfío!”

Desconfiamos, porque todavía no sabemos de qué reforma está hablando, no sabemos cuánto cuesta, no sabemos qué es lo que quieren “enajenar”. Y desconfiamos, además, porque ya hemos tenido muy mala experiencia con otras privatizaciones hechas por estos mismos actores.

Pero no quiero que esto quede así.

Sin confianza no podemos avanzar un paso. Necesitamos con urgencia hacer la lista de aquellos en los que sí confiamos. Los estudiantes deben mostrar que tienen confianza en sus dirigentes, que ellos los representan y que están jugando el juego sin “ultras” en la manga. También es necesario recuperar la confianza entre ellos y los rectores, que a pesar de algunas “patinadas” siguen arriba del mismo barco (y casi perdiendo la confianza bajo la línea de flotación).

Y sobre todo, tenemos que confiar más en el poder de las palabras. Me parece fantástica la campaña de difusión que la CONFECH empezó a hacer hace unos días, para que toda la población pueda entender y compartir las propuestas estudiantiles. Por ahí va la cosa: los estudiantes cuentan con una cuota de confianza muy grande entre la ciudadanía. Si a eso podemos agregarle la esperanza, los cambios estarán muy cerca.

domingo, 23 de octubre de 2011

Lo que hubiera esperado de nuestros honorables.

 

Me cuesta mucho empezar a escribir.  Esta semana descubrí que algunos vecinos con quienes no estamos siempre de acuerdo me han dispensado el honor de leer lo que escribo.  Y quisiera poder seguir invitándolos a esta conversación: es urgente encontrar caminos de expresión para todos. 

Para todos. 

Para  los que aún se sienten cómodos, para los que nos cansamos de protestar pero no nos cansamos de intentar conversar, y para los que ya se cansaron de hablar y en su desesperanza recurren al grito y la piedra.  Y aunque me cueste, también para los que quieren restablecer la calma usando la luma y los gases.

Podría empezar recordando un viejo proverbio chino… (podría haber sido sumerio, griego o maya, pero no creo que hoy importe mucho).  El refrán decía algo así como: “El sabio señala la luna, y los tontos se quedan mirándole el dedo”.

Hoy no hablaremos de ningún sabio (que si hay alguno, no ha tenido prensa) sino de 17 millones de ciudadanos de a pie, que parecen haberse quedado con los ojos pegados en la mugre de la uña del vecino en vez de mirar hacia dónde señala su dedo.

En una democracia representativa, el pueblo no delibera por sí mismo sino a través de los representantes que ha elegido para esa función.  Desde hace un tiempo, cada vez más ciudadanos están cayendo en la cuenta de que sus representantes no son tales.  No son “uno de nosotros” a quien elegimos en representación nuestra, sino “representadores” profesionales, que pertenecen casi todos al mismo club, y se levantan ocasionalmente de sus sitiales para visitarnos y ofrecernos sus servicios.

Podríamos parafrasear el proverbio inicial: “Los ciudadanos señalan la luna, y los parlamentarios se quedan mirándoles los dedos”

Eso es lo que algunos ciudadanos trataron de señalar al protagonizar una toma en las oficinas del Senado en Santiago.  Y la discusión, en vez de apuntar a la luna (la decepción de la ciudadanía respecto de su posibilidad de hacerse oír a través de sus representantes) se queda en el dedo (los pies sobre la mesa, un vidrio roto, un honorable que quiso dialogar y otro que quería reprimir).  La imagen de una niña (y otros no tan niños) gritando a la cara a un ministro no nos puede dejar indiferentes: es la imagen de una parte de nuestra sociedad que perdió la esperanza.  Quienes todavía esperamos algo de nuestra democracia tenemos la obligación de facilitar una discusión que también los represente a ellos.

Los amigos de las formas se escandalizan con razón: este no es el camino, esto no es democracia.  Puedo comprender ese sentimiento cuando viene de mis vecinos, pero me resulta inaceptable cuando se transforma en el discurso de nuestros “representadores”.

Estimados parlamentarios de oposición: si siguen más preocupados por su seguridad que por representar a sus electores, se van a quedar sin pan ni pedazo.  Prolongar el conflicto para no sufrir la vergüenza de que se resuelva durante este gobierno no les va a aportar un solo voto más.

Estimados parlamentarios oficialistas: ayudar a la resolución de los conflictos actuales no es opcional, esa es su pega, por la que sus electores votaron y todos los contribuyentes pagamos.  Si quieren ayudar a su gobierno escuchen a quienes les dieron su voto, no a quienes financiaron su campaña.

Honorables todos: no nos dejen caer en la desesperanza.  Las asambleas populares son mucho menos eficientes que la democracia representativa, pero sólo ustedes pueden ofrecernos hoy una alternativa, mostrándonos que pueden dialogar como representantes nuestros y no como “representadores” a sueldo.

viernes, 14 de octubre de 2011

Desiderata

Ya me aburrí de criticar las poses que asume el ministro para disimular sus posturas impopulares.  No hago más que repetir lo que es evidente de este lado de la mesa, e incomprensible para los que están sentados al frente.  Vamos a intentar aclararle un poco la película, para que vea que con una propuesta decente sí se pueden lograr acuerdos.

De usted, señor ministro, hubiera deseado:

Que en vez de partir con la consigna “no podemos hacer que los pobres paguen la educación de los ricos” hubiera dicho, por ejemplo: “Dado que actualmente hay desigualdades de base, que comienzan antes de la enseñanza básica, debemos empezar reforzando las primeras etapas de la educación antes de pensar en la gratuidad de la educación superior”.  ¿No hubiera sido una forma más lógica para empezar a conversar?

Entendemos que actualmente las generaciones que intentan llegar a la universidad vienen con la misma carga de segregación que en años anteriores.  Es decir: los que han tenido menos oportunidades en su enseñanza básica y media no van a ser los primeros beneficiados por la eventual gratuidad de la enseñanza universitaria.  Para que la enseñanza superior gratuita se distribuya equitativamente sin discriminar origen socioeconómico es necesario que todos los que postulan a la universidad hayan tenido las mismas oportunidades.  Así, serán necesarios varios años de buenos jardines, preescolares, buenas escuelas básicas y medias, para que la gratuidad en la enseñanza superior sea justa para todos.

Si Usted, señor ministro, hubiera partido desde esa posición, hoy estaríamos hablando de la garantía de gratuidad y calidad en las primeras etapas, montos de inversión, plazos, y las medidas necesarias para no seguir perdiendo generaciones mientras avanzamos hacia un sistema que de verdad eduque.

En vez de amenazar con que el “fin al lucro” dejaría a medio país sin escuelas, podría haber partido diseñando un sistema de control que regulara las tarifas y el cumplimiento de las normas (especialmente las que prohíben la selección) exactamente como se hace con otros servicios básicos. 

No es exactamente lo que los estudiantes piden, pero se acerca mucho más, es algo que se puede entender como un paso adelante.  Y una buena regulación seguramente espantaría a quienes se metieron en el negocio de la enseñanza sólo por el dinero. 

Y no me hable de la comisión para estudiar si se forma un grupo para redactar un proyecto: esto se debe hacer ya.

En vez de hablar de “becas y créditos para quienes lo necesiten” podría haber empezado por hablar de auditar los costos reales de las universidades y hacer un saneamiento que deje los aranceles en niveles más acordes con nuestra economía.  No es posible que tengamos las universidades más caras del planeta (comparando el precio con el ingreso per cápita).  Eso se tiene que terminar. 

Hay algunas propuestas muy convenientes de arancel diferenciado, que también serían un buen punto de partida.  Usted sabe de qué hablo.  También hay diseños propuestos para entregar créditos a interés cero, que se devuelvan a través de la declaración de impuestos según los ingresos del egresado (y no en cuotas desvinculadas del ingreso).  Esto resultaría aún más barato que dejar que sigan lucrando los bancos (que ya bastante han engordado con el CAE).

Seguramente si partiéramos de esta base, tendríamos algo interesante para discutir y dar a luz a un proyecto aún mejor.  Pero con lo que tenemos hoy no hay ni para empezar.

Y por favor: no siga repitiendo que no se puede negociar a “todo o nada”.  ¡Vamos, ministro!  Aquí le dejo estas ideas que no son “todo” ni “nada” sino sólo un poquito de “algo”.  No son mías: son de varios vecinos suyos que están de este lado de la mesa, junto al 80 y tantos % que creemos que las demandas son justas.  Si se atreve a conversar con los estudiantes en estos términos, le apuesto un completo a que lo van a escuchar.

No tenga miedo: los muchachos llegan a la mesa con slogans que a usted le suenan mal.  Pero ellos no van a dejar de repetir sus slogans mientras usted no cambie los suyos.  Si los trata como adultos verá cómo se gana su respeto.

RSVP (ya sabe usted a quiénes).

domingo, 9 de octubre de 2011

Lo que vale es la intención (oculta)

Y se nos fue otra semana sin acercar posiciones.  Y creo que si no podemos ponernos de acuerdo en la estructura que queremos dar a nuestro sistema educativo, es en gran medida porque no están sobre la mesa las intenciones de cada uno de los actores.

A través de los dichos y actuaciones de cada parte, todos tratamos de adivinar sus propósitos. Nos vamos formando una idea, y en algunos casos atribuimos buenas o malas intenciones a cada uno.  Y tenemos que hacerlo porque sospechamos que no se ha dicho todo, que hay agendas ocultas, que algunas intenciones son inconfesables.

Cada parte adjudica a la otra la intención de prolongar el conflicto.  Los estudiantes creen que al gobierno le conviene apostar al desgaste.  El gobierno dice que la intención de los estudiantes es sencillamente perjudicar al oficialismo.

El ministro dice que no se puede cambiar la educación de la noche a la mañana.  Esto no es una justificación para no cambiar las ideas y principios que han convertido a nuestro sistema educativo en el mamotreto que estamos sufriendo hoy. ¿Cuál es la intención del ministro? ¿De verdad cree que este sistema es bueno y que no requiere un cambio sino sólo algunos “ajustes”?

El presidente dice que “estamos todos de acuerdo con esta causa noble y hermosa”, pero sus actos desmienten sus palabras. Sería bueno que aclarara en qué, según él, estamos de acuerdo.

El vocero de gobierno compara la propuesta de los estudiantes con el Transantiago.  ¿Es sólo un golpe bajo contra la Concertación?  ¿Está tratando de defender el negocio de algún amigo?  ¿Defendiendo a alguien que aportó en la campaña?

Los medios tradicionales de difusión (ya no podemos llamar a eso comunicación) intentaron que el plebiscito por la educación pasara desapercibido.  Empezaron a informar cuando ya no se podía esconder.  Y en vez de destacar la altísima participación, se dedicaron a mostrar que era factible votar más de una vez… ¿Están acaso defendiendo los ingresos que les proporciona la publicidad de las universidades?

Se critica la postura de los estudiantes por ser “todo o nada”.  Pero de parte del gobierno la única propuesta que se presentó es “nada”.  Una nada con intereses más bajos, sí, pero el doble de nada sigue siendo nada.

Para que los estudiantes se sienten a considerar alguna propuesta del gobierno, es necesario primero convencerlos de que esa propuesta nace con buenas intenciones: buscar obtener el mayor beneficio para la mayor cantidad de gente posible, poniendo cuidado en no provocar perjuicios por acción, omisión o falta de previsión.  Esto es lo que aún no hemos visto.

domingo, 25 de septiembre de 2011

¿Para qué estudiar?

 

Tratando de limpiar un poco el camino del diálogo, vamos analizando el discurso de las partes en conflicto para ver por qué camino conseguimos llegar a algunos acuerdos. 

La conversación se ve muy complicada porque las trincheras están muy definidas, y hay poco ánimo de escuchar.  Y nos vamos dando cuenta de que las diferencias son más profundas de lo que esperábamos cuando se empezó a hablar de instalar una mesa de diálogo.

Estamos en desacuerdo en temas tan básicos como ¿qué es la educación? ¿para qué estudiamos?

Si rescatamos del diccionario la palabra “vocación” en su sentido de “llamado”, reconocemos en su raíz la palabra “voz”.  Una voz que nos llama a desarrollar nuestro potencial.  Una voz que parte desde dentro, desde nuestras capacidades y gustos.  Hace coro con la voz de nuestro entorno, que nos habla de las necesidades, posibilidades y deseos de nuestra comunidad.

Cuando una persona dedica su vida a seguir su vocación, entra en un círculo virtuoso que produce grandes satisfacciones para sí y para todo el que tenga la fortuna de pasar cerca.  Y si la comunidad quiere disfrutar de los logros de sus integrantes, es lógico que los apoye en lo necesario para que puedan desarrollarse.

Pero hay otras voces.

Algunos ven la educación como un proceso que permite a una persona acceder a un título que lo habilite para conseguir un empleo mejor pagado.  Es una de las consecuencias de estudiar, sí, pero cuando la única voz que se escucha es el llamado del dinero… obtenemos un resultado muy diferente.

La persona que invierte todo su tiempo, dinero y esfuerzo en forjarse una posición socioeconómica, encontrará siempre que su retribución es insuficiente.  ¿Cuál es el monto exacto que puede compensar la entrega de todo nuestro potencial, de nuestra humanidad entera consagrada a una disciplina que sólo nos da dinero a cambio?

Y esa misma persona, luego de haber sacrificado su vida de esa manera ¿cómo será capaz de aceptar que otros puedan estudiar sin tener que pagar el mismo precio? ¿cómo podrá ver la educación como algo distinto de un “bien de consumo”?

Creo que estas preguntas son válidas para ambos lados de la mesa.  No son las únicas, pero son las primeras que se me ocurren hoy.  Si me ayudan con sus comentarios, podríamos elaborar un diccionario para tratar de que las negociaciones se hagan en el mismo idioma, fuera de las trincheras en las que hoy nos vamos encerrando.

miércoles, 31 de agosto de 2011

No al lucro en la educación – ¿La mejor estrategia? (para no quedar entrampados)

En estos momentos se está discutiendo en el Senado el proyecto de ley que prohíbe a las instituciones de enseñanza lucrar con aportes públicos.  El camino se ve complicado.  Se trata de una discusión en la que uno de los emblemas del movimiento estudiantil tendrá que pasar por el colador de los legisladores.  Y me estoy preguntando si hay alguna estrategia alternativa para lograr los objetivos del movimiento con menos pasos intermedios.
Cuando gran parte de la ciudadanía deja de sentirse representada por los poderes del estado, sale a tomarse la calle.  Cuando uno sale a gritar a la calle, no hay espacio ni tiempo para planteos demasiado elaborados: grita su descontento con frases cortas y sencillas, para llamar la atención: ¡Me duele acá!
En este momento, nos duele la Educación.  Y creemos que los defectos de nuestro sistema provienen del hecho que el Estado asumió un papel subsidiario: dejar que los privados se hagan cargo, y ocuparse sólo de los mercados que no son interesantes para los privados.
Uno de los efectos desastrosos que acarrea esa pasividad del Estado frente a su obligación de educar al Soberano (como decía Sarmiento), es que las motivaciones que atraen a los privados a asumir la tarea de educar no son siempre dignas de aplauso.  Sabemos que hay colegios privados que tienen como fin último la educación de sus alumnos.  Pero también hay unos cuantos que tienen la enseñanza como medio para enriquecer a sus propietarios.
Y aquí salta la consigna “No al lucro” con fuerza, manifestando la indignación que produce el aprovechamiento privado de un sistema que no está produciendo ciudadanos mejor educados pero sí se las arregla para engrosar algunos bolsillos.
Lucratori
Pero temo que estemos poniendo demasiado entusiasmo en legislar para prohibir el lucro en la educación y con eso estemos distrayendo energías que estarían mejor empleadas en atacar la raíz del problema: La forma en que el Estado se ha desentendido de su tarea.
Tenemos que lograr que al menos la parte de escolaridad que consideramos obligatoria (hasta terminar la media) esté garantizada en forma gratuita, con acceso universal y sin discriminación.  Hay que poner toda la energía en esa discusión.  Si este tema queda resuelto, dejará de existir un mercado para que los inversores entren con fines de lucro.  Tratar de resolver el tema del lucro antes que el tema de fondo puede resultar, como estrategia, menos eficaz de lo que esperamos.  Poner todas las fichas en el derecho al acceso universal a la educación gratuita sería una forma más provechosa de emplear el tiempo en la reunión del sábado.

domingo, 21 de agosto de 2011

Pero… ¿qué diablos pasa en Chile? (III)

Para quienes lo miran desde afuera, es difícil entender cómo llegamos a tener un país en la calle protestando cuando hace muy poco recibíamos felicitaciones por lo ordenado de nuestra economía…
Revisando en los cajones de la memoria (tengo síndrome de Diógenes, pero a veces me sirve de algo), me encontré con esta explicación dibujada por Tom Toles, que traduzco y reproduzco sin permiso de su autor:

Hace un par de años teníamos un gobierno que llegó a tener una alta popularidad, con un mensaje socialista.  Pero en los hechos ese gobierno no supo, no pudo o no quiso honrar su discurso en la medida que la ciudadanía quería, pedía y necesitaba.
Las causas de que se hayan conformado con sus logros y no hicieran transformaciones más importantes todavía se están discutiendo.  Esa discusión ya tiene varios heridos, muertos, algunos que se sacaron la careta y otros que directamente se hicieron tránsfugas. 
Lo concreto es que los votantes se cansaron.  Habían votado varias veces por la misma coalición porque representaban un cambio respecto de la dictadura.  Había reclamos, pero se hacían en voz baja porque “había que cuidar la democracia”.  La derecha hacía críticas, muchas con base real, pero no conseguían resonancia en la ciudadanía, que se negaba a votar por quienes habían estado al lado del dictador.  Hasta que el cansancio pudo más.  Queremos un cambio, dijeron, y compraron el discurso de la derecha. 
A poco andar, se notó que la mano venía peor que antes: la nueva administración no sólo no cree que tengamos problemas sino que resulta completamente sorda a las demandas populares.  Ni siquiera entienden de qué les estamos hablando.  Creen estar haciendo “enormes concesiones” al ofrecer algunos subsidios, becas y ayudas.  Y desde su punto de vista, claro que son concesiones importantes. 
Pero no entienden nada cuando se les dice, por ejemplo, que es impresentable que en nuestro país sea el propósito de lucro lo que define la clase de educación que podemos tener.  Está más allá de su capacidad de comprensión.  Creen que son ideas “comunistas” y el fantasma soviético los despierta por las noches, sudando y repitiendo “¡eso sí que no!”.
Los más viejitos estábamos ya dentro de la olla cuando iba subiendo la temperatura del agua.  Nuestros jóvenes cayeron al agua cuando ya estaba caliente.  Ellos están pegando los saltos y pataleos que nosotros no dimos porque temíamos volver al pasado.  Ellos quieren otro futuro.  Nosotros también.

¿Qué pasa en Chile? (II)

Hace pocos años estaba trabajando en el laboratorio de un hospital grande, ayudando a poner en funcionamiento unas pruebas para diagnóstico de diabetes. Observaba cómo, con el correr del tiempo, había cada vez más diabéticos pasando por el control de salud. Y pregunté si había realmente más diabéticos, o si sólo había aumentado el número de casos diagnosticados. Una doctora me lo explicó de la siguiente manera:

“Las dos cosas van de la mano. Como tenemos mejores sistemas para la detección temprana, podemos diagnosticar más casos y darles tratamiento oportuno. Los diabéticos diagnosticados tempranamente pueden vivir más, y pasar sus genes a la próxima generación. Esto hace que nazcan más diabéticos. En resumen, la medicina se opone a la selección natural”

El médico, frente a un prójimo más débil hace lo contrario de lo que dictaría la “supervivencia del más apto”. En vez de aprovecharse de su debilidad, dedica su esfuerzo a ayudarlo. En términos de selección natural, está promoviendo la proliferación de congéneres menos aptos para la caza y la lucha. Como especie vamos perdiendo pelos, nuestras mandíbulas se hacen menos fuertes… vamos alejándonos de nuestros simiescos antepasados. Me decía Beppe Carugo que el primer acto médico fue la cocción de los alimentos, y mirándolo desde esta perspectiva creo que tiene razón.

Chile aplicó para la educación de sus niños un modelo de libre mercado en el que el Estado tomó un papel subsidiario. Pero aún la parte que le toca al Estado quedó regulada por el mercado: la financiación de las escuelas no proviene del gobierno central sino de cada municipalidad. En consecuencia, las municipalidades pobres tienen escuelas pobres… que reciben alumnos pobres y los amansan para que sigan siendo pobres.

Si queremos seguir llamándonos humanos sin que nos de vergüenza, tenemos que mirar al más débil y ayudarlo a superar una dificultad que ni siquiera eligieron. No estamos hablando de “mantener vagos”, como dicen espontáneamente quienes no ven más allá de su ombligo. Vagos hay en todos lados, vagos con plata y sin plata. Los vagos tienen la culpa de ser vagos, pero los pobres no tienen la culpa de ser pobres.

¿Qué pasa en Chile?

Hace bastante tiempo, leyendo un blog sobre crianza de avestruces (como si no hubiera cosas más interesantes para leer!) encontré una discusión entre criadores que me llamó la atención: Algunos decían que lo mejor era dejar que el avestruz comiera lo que quisiera, ya que él sabía qué era lo mejor para su alimentación. Otros insistían en que había que preocuparse de la composición del alimento balanceado. El gurú del sitio (había que tratarlo con reverencia) zanjó la discusión con un fallo inapelable y admirable, que trataré de reproducir hasta donde me alcanza la memoria:

“El avestruz sabe, por instinto, qué es lo mejor para su salud. Sabe qué debe comer para crecer sano y fuerte para correr rápido y escapar del criadero. Lo que nosotros buscamos, como criadores, es que coma lo necesario para crecer gordo, poner buenos huevos y darnos carne, plumas y aceite. Por lo tanto, no podemos dejar que coma lo que a él se le antoja”.

No tengo idea por qué guardo esta clase de boludeces en el mate. Hasta que un día me acordé de esa historia y se me ocurrió reemplazar la palabra avestruz por “mercado”. Y me encontré con los que defienden al mercado diciendo que el mercado es bueno, que se regula solo, que los problemas del mercado se resuelven con más mercado, y que el mercado sabe qué es lo mejor para sí mismo, y que si dejamos de intervenir tendremos un mercado más saludable. Claro, estas son todas verdades de perogrullo, irrebatibles, inapelables… pero ¿qué me importa a mí tener un mercado saludable? ¿para qué nos sirve tener un mercado sano y fuerte? ¿no será mejor tener ciudadanos sanos y fuertes y contentos? ¿el mercado nos va a dar algo?

Hoy estamos peleando en Chile por la reforma del sistema educativo. Tenemos una educación de mercado: si tienes poco, te educas poco. Hay escuelas que cobran un poco de plata, un precio que sirve para dejar fuera al que no puede pagar. Al dejar fuera al más pobre, no tienen que cargar con el “lastre” de chicos mal nutridos y por eso salen mejor evaluadas en las pruebas de rendimiento. Otras cobran un poco más caro, y con eso dejan fuera a los chicos que no tienen internet en la casa. Y por supuesto, los resultados de sus evaluaciones son un poco mejores aún. Y si seguimos subiendo el precio, vienen las escuelas que sólo reciben hijos de profesionales que pueden pagar cuotas caras y que en sus casas tienen libros (tremendo lujo para este país, que cobra IVA a los libros que ya vienen caros). En este último grupo la escuela ya tiene casi todo el trabajo hecho desde la casa, así que para los “sistemas de medición de la calidad de la educación” (SIMCE) sacan notas excelentes. Al final, la prueba SIMCE no mide la calidad de la educación sino el nivel socioeconómico. Entonces, el mercado dice: “las escuelas públicas tienen las notas más bajas, por lo tanto son peores, y por eso la gente prefiere las privadas”. Eso es lo que nos da el mercado: que se jodan los pobres, porque para eso son pobres.