sábado, 13 de abril de 2013

Desiderata II

 

Ya se está viendo, cual luz al final del túnel, la conclusión de estos cuatro años.

Si miro el vaso medio vacío, siento que hemos perdido mucho tiempo. La posibilidad bastante concreta de que volvamos a tener a Michelle Bachelet en la Moneda demuestra hasta qué punto el gobierno actual fue incapaz de interpretar a la mayoría. Y desnuda al mismo tiempo la poca capacidad de la antigua Concertación para dar respuestas nuevas a problemas viejos.

Esperábamos que luego del duelo, las peleas internas y algunas renuncias, los desconcertados se olvidaran de querer recuperar la manija para volver a administrar el mismo boliche (en la medida de lo posible y con las mismas reglas) y se pusieran a escuchar. Hubieran descubierto que Chile cambió, y que las necesidades de hoy ya no se satisfacen con discursos de los 90.

Esa es la mitad llena del vaso: como rompiendo la crisálida salió a la calle una nueva generación a sacudir las conciencias. Hoy la mayoría de la población está empezando a preguntarse qué es eso de ser ciudadano. Claro que despertarse es duro, y más duro aún es darse cuenta de qué forma y hasta qué punto nos han estado cagando. Por eso el enojo, por eso la protesta, por eso mismo la baja participación en las últimas elecciones.

¿Y ahora qué?, decimos casi todos. Y digo casi, porque hay un 1% que no podría estar mejor y que tiene toda la razón en no querer cambiar nada. Podemos sumar a ese grupúsculo otro 4% que está arañando el supremo bienestar a punta de deuda y de hacer cosas que su conciencia nunca les perdonará, y otro 5% que vive alienado creyéndose el cuento y esperando ver los frutos de su esfuerzo en alguna vida futura. El resto de nosotros, no tenemos por dónde ser conservadores.

El escenario está pintado para deprimirse: ya nos dimos cuenta que las opciones van a seguir favoreciendo a los mismos. Quisiéramos que los próximos comicios fueran como elegir qué sabor de helado vamos a comer, qué clase de vino queremos tomar o qué tipo de pizza vamos a cenar. Y en cambio parece que sólo podremos elegir el color del supositorio que nos van a colocar.

¿Entonces?¿Qué hacemos?

Para empezar, vamos a tener que tratar de ser más eficaces a la hora de explicar qué es lo que queremos. No tiene sentido que el 90% del país esté sufriendo el abuso de las universidades, de las farmacias, de las ISAPRE, de la gestión ambiental hecha a favor de las explotaciones extractivas, y sigamos discutiendo entre nosotros sobre el peso de Bachelet o los tics de Piñera.

Tenemos que abandonar los eufemismos y comenzar a llamar abuso al abuso. No hay “desigualdad”: hay injusticia y explotación. No hay ”falta de participación”: hay un pueblo que se cansó de jugar al “Pepito paga doble” porque se dio cuenta que el único que ganaba era el palo blanco. Digamos claro que lo que nos molesta del lucro no es lo que la RAE define inocentemente como “ganancia o provecho que se saca de algo”, sino lo que nuestro plebeyo diccionario andino llama con acierto “la ley del embudo”.

El duopolio ya está ensayando sus discursos para volver a dividirnos. La alianza insistirá con el miedo al comunismo, recordará el chicle del 2010 y amenazará con cesantía. La Concertación volverá a explotar el miedo a la derecha y recordará la dictadura.

Querrán que elijamos entre dos miedos.

Pero nosotros ya no tenemos miedo. Veremos menos tele, compraremos menos diarios, buscaremos las conversaciones en las que de verdad se hable de lo que nos importa y en el idioma que entendemos. Marcaremos el voto con “Asamblea Constituyente”. Votaremos a un independiente, aunque no sepamos cuántos votos va a sacar, o anularemos en señal de protesta.

Y buscaremos por todos los medios que para cuando tengamos cambio de gobierno, quien llegue a la Moneda tenga claro que esta vez no será un paseo tranquilo.