miércoles, 2 de noviembre de 2011

Desconfío

 

Así se llamaba un juego de cartas que jugaba con mi abuela. En España lo llaman “El Mentiroso”. Por este barrio seguramente se jugaba (antes de la era Nintendo) pero no sé con qué nombre. La gracia del juego era tenderle una trampa al adversario, poniendo cara de inocente para mentir y cara de mentiroso al decir la verdad. El que desconfiaba cuando el otro decía la verdad, perdía. Y el mentiroso perdía sólo si lo pillaban.

En este momento estamos tratando de participar en una conversación en la que el gobierno cuenta con una cuota de confianza muy baja. A cada anuncio, a cada noticia, dan ganas de levantar la mano y decir “¡desconfío!”. El problema es que en este juego las cartas no se muestran.

Pero debemos seguir intentándolo: si hay algo por lo que me esfuerzo en confiar, es que en algún momento la verdad tiene que aparecer. No se ve mucho entusiasmo por decir verdades, pero me niego a dejar de intentarlo hasta que las cartas estén a la vista.

Desde el Poder Ejecutivo igual nos están diciendo “desconfío” pero lo hacen de una manera que resulta más difícil de desmentir, porque no dan nombres. En el fondo, creo que tienen miedo del movimiento social que están presenciando y están tratando de devolvernos su miedo para que nos quedemos quietos.

Desconfío del Ejecutivo, de El Mercurio, de La Tercera, cuando en vez de hablar de un movimiento social hablan de “encapuchados”. Así, sin nombre ni rostro, para que empecemos a desconfiar de nuestro vecino ¿Será él, mi vecino, uno de los encapuchados? ¿Creerá él que yo soy uno de ellos? Mejor no lo saludo.

Desconfío de los ministros porque en vez de responder a las demandas en forma coherente empiezan a hablar de “ultras”. ¿Ultra qué? ¿Quiénes son esos ultras? ¿Tienen nombre? ¿Tiene sentido negarse a una conversación invocando a unos misteriosos “ultra” que según los ministros se negarán a cualquier negociación?

El ministro Chadwick dice que los “ultra-encapuchados” están recibiendo entrenamiento de “piqueteros argentinos”. Y yo desconfío, porque veo aquí la pluma de lo peorcito de la prensa argentina (diario Perfil) coludida con La Tercera, que reproduce párrafos “selectos” de una columna fraguada en Buenos Aires.

Según el ministro Hinzpeter, los “ultra-piqueteros-encapuchados-izquierdosos-fácticos” son responsables de hacer detonar una bomba en la puerta de Copesa. Y pide urgencia para la ley “anti-encapuchados-izquierdosos-piqueteros-ultra-fácticos”. Y yo desconfío: no me gusta una ley dibujada para desatar una cacería de brujas.

Finalmente, el ministro Larroulet comentó al pasar que se está estudiando la posibilidad de “enajenar activos” para financiar la “reforma educacional”.  Y aquí saltamos todos a coro:

“¡Desconfío!”

Desconfiamos, porque todavía no sabemos de qué reforma está hablando, no sabemos cuánto cuesta, no sabemos qué es lo que quieren “enajenar”. Y desconfiamos, además, porque ya hemos tenido muy mala experiencia con otras privatizaciones hechas por estos mismos actores.

Pero no quiero que esto quede así.

Sin confianza no podemos avanzar un paso. Necesitamos con urgencia hacer la lista de aquellos en los que sí confiamos. Los estudiantes deben mostrar que tienen confianza en sus dirigentes, que ellos los representan y que están jugando el juego sin “ultras” en la manga. También es necesario recuperar la confianza entre ellos y los rectores, que a pesar de algunas “patinadas” siguen arriba del mismo barco (y casi perdiendo la confianza bajo la línea de flotación).

Y sobre todo, tenemos que confiar más en el poder de las palabras. Me parece fantástica la campaña de difusión que la CONFECH empezó a hacer hace unos días, para que toda la población pueda entender y compartir las propuestas estudiantiles. Por ahí va la cosa: los estudiantes cuentan con una cuota de confianza muy grande entre la ciudadanía. Si a eso podemos agregarle la esperanza, los cambios estarán muy cerca.

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