Y aquí estamos, a menos de un mes de las elecciones, viendo cómo se caen a pedazos los candidatos en medio de una campaña que ofrece poco. Tal como van las cosas, Bachelet ya se dio cuenta que haciendo la plancha llegará a la Moneda sin transpirar. Y eso está haciendo: guardar silencio, evitar la exposición, probarse la banda sin pudor ante las cámaras. La otra mitad del duopolio, representada por Matthei, se ve ante la posibilidad de no pasar a segunda vuelta (aún no es seguro, pero las encuestas en estos días turbulentos pierden mucho de su capacidad predictora). Ante ese escenario multiplica los errores no forzados saliendo a pegar a quienes podrían ayudarla a hacer de la segunda vuelta un espectáculo menos bochornoso. El posible tercero (quizá segundo), el aparecido Parisi, cree que la popularidad conseguida en TV le alcanza para disimular sus flaquezas (y de paso sus vicios ocultos). Y no, no alcanza.
Podríamos seguir pelando, pero no es útil ni necesario (ya, ok, es divertido, pero otros lo hacen mejor que yo). Muchos de los que están leyendo ya tienen decidido su voto. Ya decidieron que les resultan más tolerables los vicios de su candidato que los de los demás. Es decir, encontraron al “menos pior” para su gusto, y no van a cambiar de opinión.
Pero reconzcámoslo: esta vez son muy pocos los que sienten verdadero entusiasmo por su candidato. Algunos hacen cálculos de probabilidades para convencerse de que su opción es correcta, pero en general lo que buscamos todos es votar por el que nos dé menos vergüenza. No es extraño que ahora que el voto ya no es obligatorio haya tanta gente que ni siquiera piense en salir de su casa el día de las elecciones. Sienten que “prestando el voto” están validando un sistema que no va a resolver nada.
Aún así, me atrevo a soñar. Un sueño humilde, poco pretencioso, pero que me hace sonreír para mi capote cada vez que lo pienso. Sueño que los electores, con el único ánimo de joder y terminar de sepultar las encuestas, se toman la pequeña molestia de ir a votar el domingo 17 de noviembre en un número mayor al que predicen los “expertos”. Sueño que con todos esos votantes el escrutinio termina decretando que habrá una segunda vuelta. Y sueño que para la segunda vuelta concurre la mitad de los votantes que para la primera.
¿Se entiende el mensaje?¿Se atreven a soñar lo mismo?¿No los hace sonreír (y decir ¡ñaka, ñaka!) cada vez que lo piensan?
Yo pienso hacerlo así. ¿Quién me acompaña?