De chico me contaron una fábula (dejémoslo en cuento chino, que queda chic), que narraba las conversaciones entre un atribulado aldeano y el sabio que nunca debe faltar en un buen cuento chino.
La cosa iba más o menos así:
- Oh, sabio, vengo a pedir tu consejo porque en mi casa vivimos muy apretados. Vivo con mi esposa y mis dos hijos, mis padres y mis suegros, y tenemos muy poco espacio – decía el aldeano.
- Muy bien – respondía el sabio – creo que deberías comenzar por meter en tu casa todas las aves de corral que tengas.
El pobre hombre hizo como le decían, pero volvió una semana más tarde a hablar con el anciano (no habían pensado que el sabio fuera joven ¿verdad? No hay sabios jóvenes en los cuentos chinos).
- Oh, sabio, ya metí mis pollos y patos, y hasta una oca en mi casa. Y ahora estamos más incómodos que antes.
- Muy bien – dijo el sabio – ahora invita a pasar a la casa a tus cerdos.
No sé por qué los aldeanos de los cuentos chinos obedecen cuando les ordenan estas tonterías, pero así lo hizo nuestro héroe. Por supuesto que a los tres días estaba de vuelta buscando consejo (¡y en el mismo lugar!) Estos aldeanos chinos que no escarmientan…
- Oh, sabio, vengo a contarte que seguí tu consejo pero ahora, a la incomodidad y el ruido de los pollos se ha sumado el olor de los cerdos. Ahora sí que estamos incómodos.
- Veamos – dijo el desgra… sabio – ¿Tienes una vaca? Métela también en tu casa.
Esta vez la cosa fue grave. El aldeano metió la vaca en su casa, pero aguantó un día y una noche antes de volver corriendo donde el sabio a repetir su queja:
- Oh, grandísimo sabio (eso dicen que dijo), ahora sí que la situación es insoportable. Además de soportar el ruido de las aves y el olor de los cerdos, la vaca se cruzó en la puerta y tenemos que entrar y salir de la casa por una ventana.
- Ahora – sentenció el sabio – vamos a hacer una cosa: deja todas las personas dentro de la casa y los animales afuera.
Y el aldeano hizo lo que le decía el sabio, dejó todos los animales afuera y vivió cómodamente en su casa.
Ese era el cuento. De chico me gustaba escucharlo porque me hacía gracia imaginar la situación, con patos, pollos, cerdos y vacas dejando la embarrada dentro de la casa. Pero cuando me di cuenta de la moraleja conformista que había atrás, dejó de gustarme y lo enterré.
Hasta ayer.
Ayer sentí que habíamos sacado pollos, cerdos, vacas, gorilas y dinosaurios de la casa. Bueno, de algunas habitaciones sí y de otras no, pero algo es algo.
Y siento que es un comienzo, pero el cuento no puede terminar aquí.
Ahora viene la parte en que limpiamos las cagadas de todos estos bichos, y nos ponemos a proyectar una ampliación para ver si algún día estamos cómodos de verdad, en lugar de estar resignadamente acostumbrados.
Si no nos ponemos ahora con esa tarea, vamos a quedar como en el cuento chino, nomás.