En este año 2011, en el que la confianza en las instituciones ha caído a límites peligrosos, ni siquiera las iniciativas solidarias se salvan del ambiente cáustico que mantiene todo bajo sospecha.
En estos días se renueva la publicidad de la próxima Teletón, y junto con los anuncios llueven las críticas. Críticas que resultan amargas, tanto para quienes las reciben como para quienes las emiten (quedando luego como los malos de la película).
Y es que aquí nos encontramos con otra de esas situaciones enredosas producidas por la manía de nuestro Estado de aparecer como “subsidiario” cuando en realidad se está borrando olímpicamente de sus responsabilidades fundamentales.
A esta altura ya estará saltando alguno para decir “la Teletón lo hace bastante mejor que el Estado” (como leí por aquí). Pero aquí no estamos criticando la labor de la Sociedad Pro Ayuda al Niño Lisiado: creo que ellos merecen todo nuestro respeto y apoyo. Lo que me parece impresentable es que el Estado se desentienda de la financiación de esta Sociedad. ¿No sería lógico que una actividad que nos interesa a todos tenga una partida propia en el presupuesto nacional? ¿No es responsabilidad del Ministerio de Salud, acaso? ¿Por qué debemos depender de la “buena voluntad” de algunos privados para poder financiar derechos básicos?
Tenemos un Estado muy ausente, aunque no tan ineficiente como nos tratan de vender: para lo poco que pagamos en impuestos, estamos obteniendo algunos servicios que no son tan malos. Pero una mayor tasa tributaria (y especialmente una carga más progresiva) permitiría asegurar más derechos fundamentales como los que hoy se financian con teletones.
¿Y la fundación? ¿Y el espectáculo? ¿Y la emoción? ¿Y la ilusión de tener un país unido y solidario? Pongamos el entusiasmo y la solidaridad en pagar puntualmente nuestros impuestos, primero. Y organicemos teletones para otras causas, que luego iremos incorporando a nuestra conciencia y a nuestro presupuesto nacional.
Hoy me decían que no es este el momento de hacer críticas. Comprendo el temor: no se puede poner en peligro el derecho de los pacientes a obtener su tratamiento. Ellos son hoy rehenes de esta situación. Pero podemos hacer tres cosas: hacer nuestra donación en silencio, apagar el televisor, y seguir discutiendo una reforma tributaria que nos permita construir el país que queremos. Ya nos cansamos de que los dueños del capital definan el país en que nos permiten vivir.