Me cuesta mucho empezar a escribir. Esta semana descubrí que algunos vecinos con quienes no estamos siempre de acuerdo me han dispensado el honor de leer lo que escribo. Y quisiera poder seguir invitándolos a esta conversación: es urgente encontrar caminos de expresión para todos.
Para todos.
Para los que aún se sienten cómodos, para los que nos cansamos de protestar pero no nos cansamos de intentar conversar, y para los que ya se cansaron de hablar y en su desesperanza recurren al grito y la piedra. Y aunque me cueste, también para los que quieren restablecer la calma usando la luma y los gases.
Podría empezar recordando un viejo proverbio chino… (podría haber sido sumerio, griego o maya, pero no creo que hoy importe mucho). El refrán decía algo así como: “El sabio señala la luna, y los tontos se quedan mirándole el dedo”.
Hoy no hablaremos de ningún sabio (que si hay alguno, no ha tenido prensa) sino de 17 millones de ciudadanos de a pie, que parecen haberse quedado con los ojos pegados en la mugre de la uña del vecino en vez de mirar hacia dónde señala su dedo.
En una democracia representativa, el pueblo no delibera por sí mismo sino a través de los representantes que ha elegido para esa función. Desde hace un tiempo, cada vez más ciudadanos están cayendo en la cuenta de que sus representantes no son tales. No son “uno de nosotros” a quien elegimos en representación nuestra, sino “representadores” profesionales, que pertenecen casi todos al mismo club, y se levantan ocasionalmente de sus sitiales para visitarnos y ofrecernos sus servicios.
Podríamos parafrasear el proverbio inicial: “Los ciudadanos señalan la luna, y los parlamentarios se quedan mirándoles los dedos”
Eso es lo que algunos ciudadanos trataron de señalar al protagonizar una toma en las oficinas del Senado en Santiago. Y la discusión, en vez de apuntar a la luna (la decepción de la ciudadanía respecto de su posibilidad de hacerse oír a través de sus representantes) se queda en el dedo (los pies sobre la mesa, un vidrio roto, un honorable que quiso dialogar y otro que quería reprimir). La imagen de una niña (y otros no tan niños) gritando a la cara a un ministro no nos puede dejar indiferentes: es la imagen de una parte de nuestra sociedad que perdió la esperanza. Quienes todavía esperamos algo de nuestra democracia tenemos la obligación de facilitar una discusión que también los represente a ellos.
Los amigos de las formas se escandalizan con razón: este no es el camino, esto no es democracia. Puedo comprender ese sentimiento cuando viene de mis vecinos, pero me resulta inaceptable cuando se transforma en el discurso de nuestros “representadores”.
Estimados parlamentarios de oposición: si siguen más preocupados por su seguridad que por representar a sus electores, se van a quedar sin pan ni pedazo. Prolongar el conflicto para no sufrir la vergüenza de que se resuelva durante este gobierno no les va a aportar un solo voto más.
Estimados parlamentarios oficialistas: ayudar a la resolución de los conflictos actuales no es opcional, esa es su pega, por la que sus electores votaron y todos los contribuyentes pagamos. Si quieren ayudar a su gobierno escuchen a quienes les dieron su voto, no a quienes financiaron su campaña.
Honorables todos: no nos dejen caer en la desesperanza. Las asambleas populares son mucho menos eficientes que la democracia representativa, pero sólo ustedes pueden ofrecernos hoy una alternativa, mostrándonos que pueden dialogar como representantes nuestros y no como “representadores” a sueldo.